domingo, 7 de junio de 2020

LENGUA

Cuento "Olimpia y las cabras".

Había una vez una mujer llamada Olimpia que poseía un pequeño campo sembrado de nabos. La mujer estaba muy orgullosa de su huerto y, a diario, se pasaba las horas cuidándolo con esmero. Estaba segura de que, llegando el momento, obtendría una buena cosecha.

Una mañana bien temprano, cuando Olimpia llegó al huerto, se llevó una desagradable sorpresa: en su campo de nabos había dos traviesas cabras, pisoteando y mordisqueando a su antojo aquellas tiernas hortalizas.

La mujer, muy enfadada, se acercó a los animales y empezó a gritar.
- ¡Vamos, vamos! ¡Fuera de aquí! ¡Lo estáis destrozando todo!

Las cabras, divertidas, corrían y saltaban entre los nabos. Olimpia las estuvo persiguiendo durante horas. Pero, desgraciadamente, ¡no consiguió que las dichosas cabras salieran del huerto!

Desesperada, la pobre mujer se sentó bajo un árbol y se puso a llorar. Entonces, pasó por allí un caballo y, al verla tan apenada, le preguntó:

-¿Por qué lloras, amiga?

- ¡Ay, ay! Porque no consigo echar a esas cabras de mi campo de nabos. ¡Se los están comiendo todos! ¡No va a quedar ni uno!

- No te preocupes, mujer. ¡Esto lo soluciono yo ahora mismo!

El animal, muy decidido, entró al galope en el huerto, persiguió a las cabras, relinchó para asustarlas... ¡Pero nada! Aquellas intrusas no estaban dispuestas a renunciar  a esos riquísimos nabos. Y el caballo, jadeante, se sentó a llorar al lado de Olimpia.

Al cabo de un rato pasó por allí una vaca, que preguntó extrañada:

-¿Por qué lloráis así?

Olimpia, hecha  un mar de lágrimas, respondió:

-¡Porque ni el caballo ni yo conseguimos echar a esa dos cabras de mi campo de nabos!

- ¡Bah, eso tiene fácil solución! ¡Ya veréis como yo las saco de ahí!

La vaca, lentamente, se acercó a las cabras y, de repente, dando unos fuertes mugidos, dijo con voz ronca:

- ¡Muuuuu...! ¿Vamos, fuera!

Pero las cabras empezaron a corretear de un lado para otro, burlando al enorme animal, que, por más que lo  intentó, tampoco logró expulsarlas del huerto. La vaca, rendida, se tumbó junto a Olimpia y el caballo, y se puso a llorar con ellos.

En ese estado se los encontró un rollizo cerdo que acertó a pasar por allí.

-Pe... Pero ... ¿qué os pasa?

Olimpia le contó al cerdito lo que sucedía. Entonces, el animal, muy seguro de hacerse con la situación, entró en el huerto y comenzó a gruñir y a perseguir a las revoltosas cabras.... ¡Pero, desgraciadamente, sin ningún resultado! Al final, el pobre cerdo, resoplando de agotamiento, fue a sentarse al lado de los demás y también rompió a llorar.

De ese modo, llorando a lagrima viva, se los encontró una abeja que revoloteaba de flor en flor.

Bzzz...¿Se puede saber por que lloráis así?

Olimpia, entre sollozos, le explicó:

-Es que... no podemos echar a esas cabras... de mi campo de nabos.

- Bueno, bueno... ¡No se llora por tan poca cosa! ¡Yo conseguiré que se vayan!

Olimpia y los tres animales dejaron de llorar y, al momento, se echaron a reír. ¡Menudas carcajadas! ¡Un pequeño insecto se creía capaz de poder con unas cabras tan cabezotas! ¡Eso si que era gracioso!

Pero a la abejita no le importó que se burlasen de ella y se fue zumbando al campo de nabos. Allí se acercó a as cabras y les susurró al oído:

-¡Largo de aquí ahora mismo! ¿O queréis probar mi afilado aguijón?

Y las cabras, en un periquete, abandonaron el huerto a todo correr.

Olimpia y los animales que estaban con ella se quedaron muy sorprendidos y fueron a agradecerle a la abeja lo que había hecho.

- Gracias, amiga. ¡Quién iba a pensar que alguien tan pequeñito como tú podía convencer a esas tozudas cabras!

- ¡Ay, qué equivocados estáis! ¿No sabéis que los seres pequeños también podemos hacer grandes cosas? Espero que a partir de este momento lo tengáis  bien en cuenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario